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LOS CEMENTERIOS DE SAN JUAN DE GUADALUPE Y DE ESPAÑITA

El cementerio de San Juan de Guadalupe también nació cuando la peste de 1833. La cita de la más antigua que encontramos es del 2 de marzo de 1839. Se le llama “camposanto de San Juan de Guadalupe”.

Como, de las villas suburbias, la de San Juan era la más nueva y la más chica, su camposanto fue modesto, como todos los de las villas, construido a expensas de sus vecinos y el más pequeño, exclusivo para los vecinos de este barrio. Durante varias décadas acogió a los sanjuaneros para que allí esperaran la resurrección de la carne.

También fue de los clausurados en septiembre de 1873 por la Junta de Salubridad. Clausura vana, porque todavía presto servicios por otros años más, hasta abril de 1877, cuando ya estaba en servicio el nuevo de Guadalupe (municipal) y que fue cerrado por la comisión de Salubridad. En 23 de enero de 1881, los vecinos de ese barrio pidieron al Ayuntamiento les permitiera abrir su clausurado cementerio. Se les concedió el permiso con la condición de que lo arreglaran. Posiblemente se reabrió. Pero, al ponerse en servicio el del Saucito, se cerró para siempre.

Este cementerio se encontraba en la esquina sureste de las calles de Juan de Dios Peza y Xicoténcatl. Por esta media unos 50 mts y por la otra 40, aproximadamente. Su puerta daba a la de Xicoténcatl y adornaba su dintel la hermosa escultura del fraile yacente que se encuentra en el Museo Regional. Hacia 1950 se llevó a cabo su demolición y D. Ismael Salas salvo la escultura. Solo quedaron cimientos, que aprovecharon los nuevos propietarios para levantar sobre ellos sus modestas viviendas. Todavía a mediados de 1962, frente a estas, no había más que la extensión inacabable de los “Llanos de Bolívar”.

La clausura definitiva de este cementerio y del de Guadalupe, puso a los residentes en el extremo sur de la ciudad en el riguroso trance de tener que cargar a sus difuntos, encerrados en un mísero “cajón de a diez reales, a lo largo de cinco a seis kilómetros o más, y a vivo pie. Por eso, el 11 de enero de 1890, los vecinos del aguaje, Joya, Las Pilitas, Simón Díaz, Rancho Viejo, Gómez y Cuenca Bélica pidieron al Ayuntamiento que les permitiera construir un cementerio “delante de Las Pilitas”, pues clausurado el de Guadalupe al oriente del Santuario, calle de Simón diaz en medio, alegaban tenían que caminar tres o cuatro leguas hasta el del Saucito. El 18 de enero la Comisión dio su parecer afirmativo y se les concedió la autorización pedida. Mas no hicieron nada.

El 22 de enero de 1897, a propósito de otra epidemia el presidente de la Comisión de Cementerios trato el tema en sesión del Cabildo y recordó que el permiso de concedió, pero no se llevó a cabo; y que con la epidemia era gravísimo riesgo que atravesaran lo poblado con sus cadáveres. Por lo que de nuevo se concedió el permiso, pero para formarlo en la “milpa de Zapata”, a seis kilómetros de la ciudad.

También en esta ocasión nada se hizo. El 16 de junio de dicho año, por las mismas razones, los de San Juan de Guadalupe, pidieron se les permitiera abrir un cementerio a su costa. El 8 de julio se les dio la licencia. Compraron después “un amplio terreno a dos kilómetros de San Juanico”. Y allí paro el empeño.

Años después, finalmente, se formó una Junta Directiva, la que diligentemente puso manos a la obra. Dicha junta publico el 14 de mayo de 1903 una invitación al pueblo para que cooperara o con donativos o con faenas para la obra. La primera faena fue el mismo día en la tarde. Con música reunió a los voluntarios y curiosos en el jardín de San Sebastián y de allí partió la comitiva al lugar escogido. “Con la asistencia de numeroso concurso de los tres pueblos (San Miguelito, San Sebastián y San Juan de Guadalupe) y en presencia de las tres juntas (una por barrio) se puso la piedra fundamental, gravada con la fecha memorable del expresado día y año”.

Nombrada una comisión para recaudar fondos, pues el Ayuntamiento no presento absolutamente ninguna cooperación, “y con los escasos recursos, el día 24 siguiente se dio principio a la obra” por el lado poniente “y se puso gente pagada por tareas”. El 8 de junio una comisión del Ayuntamiento visito la obra y la aprobó.

Pero a las tres Juntas les pareció corta la extensión del terreno, y el 22 de junio decidieron ampliarlo. Con donativos reunieron unos doscientos pesos y lograron su propósito. “Por orden del H. Ayuntamiento paso el Sr. Ing. D. Luis Noriega al lugar de la construcción el día 20 de julio, a levantar el plano del nuevo panteón, el que quedo marcado en su delineo de 225 mts. A los vientos poniente y oriente y 200 mts. Al norte y sur. Revisada la excavación por el señor ingeniero, hecha al límite poniente, que era de más de 2 metros de profundidad y 50 centímetros de latitud, ordeno se ampliara a 70, por lo que se volvió a excavar en el mismo tramo 20 centímetros en toda su extensión”.

Se nombró entonces una comisión para recolectar donativos. Recogía muy poco, apenas de 2 a 10 centavos por habitante; otros cooperaban con faenas.

El 9 de enero concluyeron la cimentación del lado poniente, al día siguiente se empezó la excavación por el lado sur, trabajando las tres Juntas. Luego cada junta tomo una parte. Los de Simón Díaz cooperaban con faenas dominicales.

Así prosiguieron los años siguientes, luchando con la pobreza, pues en varios cuarteles, por falta de colectores, durante meses no se reunió nada. Iba despacio la obra. Para mayo de 1908 ya estaban total y sólidamente concluidas las bardas del oriente y poniente y por concluir las de sur y norte. “Don Victoriano O. Rodríguez regalo una grande y bonita puerta para la entrada del cementerio”. Este fue el donativo más importante. Llevaban gastados unos ocho mil pesos y faltaban dos mil para terminar.

En la peana de una cruz de piedra que adorna la entrada, en el filo de la barda, sobre la puerta, hay una inscripción que dice: “Noviembre 22 de 1908”. Posiblemente en tal fecha se concluyó la obra.

Pero no se abrió. Pedida la licencia al Ayuntamiento, este se opuso terminante e inflexiblemente a la apertura de este cementerio. Y la razón, según el reportero de “El Estandarte”, era que el Ayuntamiento no quería ver mermados sus ingresos si toda parte sur de la ciudad acudía al panteón Españita a enterrar a sus muertos. Y así, desde noviembre de 1908 el camposanto este se quede concluido y cerrado, sin estrenar, inútil, a pesar de tanto esfuerzo y tanto gasto por parte de los vecinos de San Sebastián, San Miguelitos y San Juanico o San Juan de Guadalupe.

Ni siquiera ante el gobernador valieron las insistencias de los interesados. Según ellos: “La gente pobre tenía que atravesar toda la ciudad con el muerto a cuestas y encerrado en un malísimo cajón de a diez reales… iba a pie a sepultar a sus deudos de puntos de la jurisdicción de estos tres barrios, como son: Rancho Viejo al Saucito: 5 leguas; Gómez al Saucito: 5 leguas; Rancho de Montillo al Saucito: 3 leguas; Tierra Blanca al Saucito: 3 leguas; El Aguaje al Saucito: 3 leguas; Tenería al Saucito: 3 leguas. Vendríamos en conocimiento (alegaban) de que esas infelices gentes, con la nueva necrópolis, se ahorrarían dos y media leguas de camino, que es la distancia media entre San Juan de Guadalupe y el Saucito.

Finalmente, a los seis años cabales de concluida la obra, los susodichos vecinos se vieron obligados a entregar el cementerio al Ayuntamiento, el día 27 de noviembre de 1914, cuando ya había llegado la revolución a esta ciudad. Pero la inauguración todavía tardo meses. Fue el 5 de mayo de 1915, y el regidor José de Jesús Berumen tuvo a su cargo la alocion inaugural. Todavía da servicio, más no a la clientela potencial de cuando se formó sino únicamente a los del extremo sur de la ciudad.

Justo es recordad los nombres de las personas que encabezaron y encauzaron durante tantos años los generosos esfuerzos para esta obra: Don Juan Silos, Don Secundino Terán, Don miguel Castillo, Don Anastasio Sáez, Don Higinio Ojeda y Don J. Tiburcio Altamarina.

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EL DEL SAUCITO

Hacia 1885, la paz progresista y pacífica de la dictadura de Don Porfirio Díaz, había dejado muy atrás las cruentes guerras civiles y la consiguiente merma de la población y la ciudad, conurbanadas ya las villas extramuros y convertidas en barrios de la Capital, empezaba a extenderse. Mal que bien regían reglamentos de higiene más estrictos. El mismo obispo diocesano, en septiembre de ese año, firmo una circular en la que ordenaba que, cualesquiera que fuesen las disposiciones de los prelados anteriores o las costumbres, en lo sucesivo solo pudieran efectuarse inhumaciones en los templos previo permiso escrito de la Sagrada Mitra.

Por estas y otras razones, broto la idea de formar un nuevo cementerio, amplio, moderno e higiénico, en vez de los existentes, improvisados, pequeños y mal cuidados. En mayo de 1886 el progresista caballero de empresa don Matías Hernández Soberon hizo público “el proyecto de formar un panteón por el rumbo occidental de esta ciudad”.

Para el mes de octubre ya se había formado la junta directiva de la Compañía Constructora. La integraban el citado señor, como presidente, don José Encarnación Ipiña, don Felipe Muriedas, don Antonio Espinosa y Cervantes y don Blas Escontria. Se emitirían treinta acciones de mil pesos cada una: el cementerio contaría con cinco departamentos; ocuparía una superficie de 600 metros de fondo por 400 de ancho y el Gobierno pagaría la obra en un plazo de diez años, al 6% anual.

Se trataba de adquirir para la construcción del nuevo cementerio una amplia extensión de 575,000 metros cuadrados a la vera del camino del Saucito, de la cual se aprovecharían 375,000 para el panteón y 200,000 como reserva en beneficio del mismo, según se acordó luego con el gobierno. Y este negocio se llevó todo el año.

El 22 de septiembre de 1887 el Congreso expidió un decreto en el que autorizaba al Ayuntamiento de la capital para que con aprobación del Ejecutivo, contrate un empréstito de veinte mil pesos para la construcción de un panteón en esta ciudad”. Pero luego el gobernador tomo a su cargo el contrato, y el 31 de octubre siguiente el propio Congreso expidió otro decreto: anulaba el anterior y facultaba al ejecutivo para que contrate con la compañía que el sr. Matías Hernández Soberon tiene organizada, la construcción de un panteón en esta ciudad bajo las bases y condiciones que el sr. Hernández Soberon ha presentado al mismo ejecutivo. Mas ya días antes, el 22, se había firmado el contrato, y el 5 de mayo anterior se habían inaugurado rumbosamente los trabajos, durante las ceremonias cívicas de ese día.

En el lugar escogido no había mucho que arrasar. Era un rancho pulquero, en el que solo se daban magueyes entecos y arbustos encanijados. La tierra flaca y el tepetate muy arriba. La obra tardo mucho en el desmonte, apertura de las cepas para los cimientos y construcción de las altas paredes bien reforzadas con pilares de piedra de trecho en trecho. Todavía sin concluir, a medio fabricar, el 13 de noviembre de 1888 el Ayuntamiento dio licencia para las dos primeras inhumaciones: la de doña Jacinta Guarneros y la de don Octaviano Cabrera. A estas personas les toco la fúnebre suerte de inaugurar el Cementerio Municipal del Saucito. Un año después, el 12 de octubre de 1889 se abrió al servicio público.

Al quedar concluido este cementerio, tenía una extensión de 500 metros por su frente y espalda y de 750 por sus costados. Las clases primera a quinta estaban en los primeros 500 metros por lado; alli una pared igual a las otras partía el cementerio en dos; atrás de ella quedaban la sexta clase y la fosa común. De este lado se encontraba el descanso: un portal techado, con un poyo de mampostería en el centro, para depositar los cadáveres. Allí, a media noche, hubo algunos seudodifuntos, como el célebre Luis Maldonado, alias El Gallo, dipsómano y poeta, que recobraron la conciencia y no fueron enterrados vivos gracias a la negligencia de los sepulteros. Y por otro lado de esta pared, estaba el cuadro de los fusilamientos. En la entrada, el amplio zaguán, y a ambos lados, las piezas que aún existen. Nada lo adornaba, ni nada le daba prestancia a su fábrica. Daba la impresión de un infinito baldío.

Concluida la obra, por decreto del 20 de noviembre de 1889, se autorizó al gobernador para traspasar al Ayuntamiento el contrato que celebro con el señor Hernández Soberon y socios para la construcción de este camposanto y también al Ayuntamiento para aceptar el traspaso y las obligaciones anexas.

Muy tarde, en octubre de 1905 se construía el corredor de la fachada del susodicho cementerio. A principios de noviembre de 1908 quedaron instalados los portales que hoy lo adornan, obsequio de don Federico Meade y que lucían en el primer patio de la demolida Casa de Moneda, que se levantaba en el área que hoy ocupa el Banco del Interior, S. A.

La apertura de este cementerio significo la clausura paulatina de los que existían en las villas, excepto el de Españita (posterior al del Saucito) aun en uso. Esto y las romerías al templo del Señor de Burgos del Saucito, aumento la clientela de los tranvías de esta línea, la cual mejoro sus carros y plataformas fúnebres.

Por entonces empezaron a establecerse las agencias de inhumaciones. Los que vendían ataúdes, daban publicidad a su producto, mediante un ataúd pequeño colgado arriba de la puerta.

Con la electrificación de los tranvías hacia 1871, entraron en servicio elegantes carrozas y plataformas con una pira para la colocación del cadáver. Lo mismo las agencias de inhumaciones, ofrecían elegantes carrozas tiradas por caballos fúnebremente enjaezados y sus respectivos palafreneros.

La prosperidad de que gozaba por ese entonces San Luis y la prohibición de inhumar en los templos, dio ocasión para que se erigieran capillas y monumentos funerarios, y muy pronto.

El 8 de marzo de 1893 murió la esposa del gobernador Diez Gutiérrez. Levanto para ella y su propia familia la fastuosa capilla gótica que yergue en el centro del cementerio, con su horroroso altar de madera salido de la afamada fábrica de don Jorge Unna. Fue muy alabada en su tiempo. Diez Gutiérrez la empezó a mediados de 1893 y se esperaba que quedara concluida en octubre siguiente. La bendición, sin embargo, fue hasta el 23 de junio de 1897 y al día siguiente celebro allí la primera misa el sr. Cango. D. Agustín Jiménez. En la cripta hay 14 gavetas, una de ellas ocupada por el propio gobernador, fallecido un año y meses después.

Con este ejemplo los pudientes construyeron sus propios mausoleos. “Bastante notable por su plano y buen método de construcción –decía un cronista- la cripta de la familia Meade, con 28 gavetas. El de la familia Tena también es notable por sus 27 gavetas y por el hermoso y artístico monumento de fierro vaciado como recuerdo del joven Hilario A. Tena”.

“Entre los muchos y artísticos monumentos sepulcrales construidos totalmente de mármol blanco o gris, los más notables son los que pertenecen a las extinguidas personas siguientes: Manuel Fernández Alonso, Josefa G. de Gómez, Juan N. Urquidi, Antonio Lozano, José Lorenzo Campos, Teodoro Padilla, Guadalupe Hernández Toranzo, Ignacio Muriel Soberon y Gabriel M. Reyes.

Esto se decía a los cuantos años de la apertura del panteón del Saucito. Ahora hay capillas y monumentos de todos los estilos, la inmensa mayoría carentes de todo valor artístico.

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PANTEÓN MUNICIPAL “NUESTRA SEÑORA DEL REFUGIO”, SOLEDAD DE GRACIANO SANCHEZ, SLP.

Se ubican 6 mil 200 tumbas aproximadamente, entre las que destacan la de Cristina Jalomo viuda de Medellín, la creadora de las “Enchiladas Potosinas” y Amalia Noyola Rodríguez, la primera y única alcaldesa municipal que ha tenido Soledad. Conocido como el camposanto “número 1”, recibe pocas visitas durante todo el año, con excepción de los primeros días de noviembre, fecha en la que, con motivo del Día de Muertos, acuden muy pocas familias a limpiar los terrenos de maleza y a pintar algunas,  tumbas.

Y es que, de acuerdo a la información obtenida en el lugar, en este panteón ya no hay espacio y alrededor de un 70 por ciento de las tumbas que ahí se encuentran, no recibe visitas, aunado a que ya no hay espacio para ningún cuerpo más.

Criptas de niños, jóvenes, adultos, hombres y mujeres, de todas las edades descansan sus restos mortales en este panteón, entre las que destaca el sepulcro de Cristina Jalomo viuda de Medellín, y cuyo nombre así está escrito en su tumba junto a su fecha de su deceso el 24 de marzo de 1973: “Esta tumba guarda tu cuerpo, Dios tu alma; tus hijos y nietos, tu recuerdo”, se lee en su lápida.

Sin embargo para los trabajadores del panteón, es una bonita frase, pero en la realidad, recibe pocas visitas al año, pese a que su nombre está presente todo el año en su municipio natal. Un sepulcro sucio, flores de plástico carcomidas por el sol, así lucía la tumba de la emblemática mujer.

Caminar por este panteón, entre ramas, espinas y hierba, se encuentran cruces de madera vieja que han sido arrancadas por el tiempo, incluso, hay algunas en las que apenas se ve el nombre, incluso, es imposible saber a qué familia pertenecieron.

Y caminado entre pequeños espacios, entre una tumba y otra, está el sepulcro de Amalia Noyola Rodríguez, quien del año 1970 a 1973, fue Presidente Municipal de Soledad, hasta el momento la única mujer que ha alcanzado dicho cargo.

Sus restos descansan junto a otros miembros de su familia; un sepulcro limpio, y resguardado por imágenes religiosas.

En este camposanto, conocido por el “número 1” porque fue el primer panteón del municipio, están también están los restos mortales de Camilo Campos Meza, fundador de las líneas de Camiones Urbanos de Soledad a San Luis Potosí, nacido el 17 de julio de 1875 y acaecido el 12 de enero de 1958.

Junto a él, está su hijo Camilo Campos Alfaro, quien en vida fue candidato a alcalde de Soledad por el Frente Cívico Potosino (FCP), además de otros tres familiares.

Al frente de este nicho, se alcanza a ver la foto de Campos Alfaro, junto a la fecha de su deceso en junio de 2016, “de todas las tumbas que visitamos, ésta es la que recibe más visitas”, expresó un trabajador que acompañó a este matutino, a localizar los sepulcros y que, dicho sea de paso, conoce a la perfección el cementerio.

Por otro lado, cabe mencionar que son pocas lapidas y sus epitafios de mármol, ónix o piedra tallada, que han preservado los pensamientos y las historias de los que ahí se encuentra; por ejemplo el de un niño fallecido a los tres años de edad, y que junto a él se observan juguetes enterregados en su memoria; sin embargo, la mayoría son tumbas humildes que incluso solo se ven como simples montículos de tierra. (Paula montero, 2017).

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